Thursday 30 September 2010

La escuela verde

La seguía, tenía que cuidarla pero antes tenía que encontrarla en esa enorme escuela verde pálido.

Alguien me dijo en qué salón podía encontrarla: en la planta baja, al final del corredor que estaba junto a una cancha.

Corrí.

Pero al bajar las escaleras de caracol los pisos parecían multiplicarse. Podía ver la planta baja, a donde iba, pero no podía llegar porque con cada paso que daba, los pisos que me faltaban se multiplicaban.

"A ver, a ver. Esto está muy raro. Simplemente, no puede ser. Es un sueño", pensé.

"Cambiémoslo".

En mi intento po detener la multiplicación de escalones, éstos desaparecieron y la escalera de caracol se volvió una rampa, pero era una rampa que tampoco dejaba de crecer de manera que seguía sin poder alcanzar a llegar a la planta baja.

Bueno, pero no podía ser, era un sueño y lo podía controlar, pensé. Así que lo cambié de una vez por todas con un poco de más concentración. La rampa dejó de crecer y pude llegar a la planta baja.

Encontré a F. en su salón. Chiquita, chiquitita, del tamaño de un bebé. La cargué en mi brazos y la abracé. Perdí la noción de que estaba soñando.

Un automóvil flotante

Esta vez viajaba con la pareja que vive en un bote y que acaba de comprometerse. Quizá otros nos acopmpañaban.

Cruzamos un desierto anaranjado. Él me preguntó si acaso no estaba acostumbrada a esos paisajes considerando el país donde nací. Le dije que no, porque los desiertos están en el norte, a donde yo casi no he ido.

Después de varias horas de manejo, llegamos a un hermoso y brillante lago. Él me enseñaría cómo su nuevo automóvil podía convertise en una lancha. La idea me parecía un poco rara pero no estaría mal probar a ver si realmente funcionaba.

Él y yo nos adentramos en el lago. "Wow, si todos tuvieran este tipo de autos no necesitaríamos puentes", le comenté. Me encantó la idea de su nueva adquisición.

Pero de repente nos dimos cuenta de que estábamos demasiado pesados. La lancha comenzaba a hundirse, no tenía suficiente potencia para mantenernos a flote. Mi mochila me preocupaba porque adentro tenía mis documentos, mi cámara y mi celular.

Decidimos regresar a tierra firme, donde ella, su prometida y otras personas nos esperaban. Emprendimos el camino de regreso. Ella me mostró la foto de esa otra pareja que se fue a Australia y que todos extrañaremos tanto. Se veían muy guapos los dos. Me pregunté si los prometidos se veían igual. Él definitivamente era divertido. Pero y ¿y ella?

Nota

Bueno, la cosa se puede poner aburrida desde ahora porque la tarea acordada es tener un diario de sueños, lo que implica que escribiré diario y no solamente cuando un sueño me parezca muy importante.

Saturday 25 September 2010

¿Por qué escribo mis sueños?

A veces me pregunto si es verdaderamente bueno escribir mis sueños o más aún, releerlos.

Es como tratar de atrapar un recuerdo a pedazos y los sueños quizá existen para olvidarse. Quizá son como las imágenes de un caleidoscopio que se construyen una vez para ser admiradas solo por un momento y después convertirse en algo distinto.

Reconstruir sueños tiene sus riesgos. A veces me traen amargos sabores. Pero otras, en las que no los puedo pasar por desapercibidos, pareciera que me queman por dentro hasta que los escribo para saber que se quedan en algún lugar de la web y de mi disco duro y que puedo recurrir a ellos en cualquier momento.

Recordar muchos de mis sueños y vivirlos intensamente durante la vigilia en la vida diaria me ayuda a entender muchos de los procesos que vivo, que desmaraño y que vuelvo a enmarañar noche tras noche y día tras día.

Si me olvidara de ellos, entonces cómo recuerdaría esos momentos que al despertar me parecen tan importantes y tan reveladores, que me traen entendimiento y certezas y algunas veces, tanta paz.

Un espejo u otra descripción fallida de lo indescriptible:

Sucedió una noche frente al espejo de un baño en una casa de las montañas de Gales, al levantar la cara después de lavarme las manos.

Los ojos parecían dos ópalos negros y brillantes abrazados por esmeraldas resplandecientes que reflejaban luz, luz pura.

La piel era color manzana y lucía tan exquisita como la de un bebé.

El pelo tan sedoso como nunca antes lo había visto y de color miel cristalina parecía vibrar de energía, como si celebrara una fiesta de alegría.

Pero esa bella sonrisa fue lo que más poderosamente me mantuvo en ese momento extático, inmersa en el reflejo de mi propia imagen.

Esa sonrisa adornaba una expresión de compasión y dulzura total, de entendimiento, paciencia, amor y devoción.

¡Esa soy yo, yo soy eso, eso es eso!

Y no podía dejar de sonreír haciéndome con cada fracción de segundo más consciente de mi propia dicha. Sonreía conmigo, sonreía con él. Me veía con la dulzura, la tranquilidad y la satisfacción que una madre ve a un hijo recién nacido.

Me veía con la sabiduría del más viejo y con una certeza antes inconcebible que no podía más que inspirarme seguridad y protección total.

Eso me vio con mis ojos y yo lo vi a través de mis ojos. No había vivido en mi vida un momento tan absoluto, tan absorta en la certeza de que el ser vive dentro de mí tanto como yo en él.

No puedo más que estar agradecida. Gracias, gracias, gracias.

Mi papi

Caminaba, hablaba, lo abrazaba, estaba, estábamos por fin juntos y entonces le pregunté entre risas y casi gritando con ese tono que suelo usar cuando digo algo que me parece tan obvio pero tan necesario decir: ¿Y todo lo que pasamos para estar otra vez juntos aquí, no papi? Por supuesto la respuesta fue una dulce sonrisa de esas que tanto recuerdo.